CARLOMAGNO Y LA DESTRUCCIÓN DEL KANATO DE LOS ÁVAROS
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COMIENZO DE LA GRAN GUERRA ÁVARA
Después de un prolongado vacío en el que no tenemos noticia alguna del devenir de la nación ávara, una catarata de información de primera mano llega a nosotros desde el momento en que Carlomagno enfoca su atención hacía ese rincón de Europa.
El motivo por el cual el emperador centra sus miras en Panonia es, indirectamente, los problemas ocasionados por el Duque de Baviera, Tasilon III.
Este ducado, durante la primera mitad de siglo VIII había ganado para sí una buena dosis de autonomía, ya que aunque prestaba vasallaje a los francos lo hacía solo de carácter testimonial, como se puso por otra parte en evidencia cuando en el año 763 eludió enviar tropas de apoyo al franco Pipino el Breve durante su guerra en Aquitania.
Demostró Baviera un gran vigor como potencia regional, expulsando a los ávaros de Corintia, cristianizando aquellas tierras y, en definitiva, haciéndose sospechoso por su iniciativa a los ojos de un Carlomagno, rey de los francos a partir del 768, que lucha por devolver al Imperio su perdida cohesión y fuerza.
Carlomagno obligó entonces al Duque, año 771, a prestar juramento de vasallaje. Acción que no debió convencer del todo al franco ya que de nuevo, ante el comportamiento de Tasilon, y esta vez con mayor gravedad, le cita en la ciudad de Worms a que acuda ante él en persona. Es el año 786, y el comienzo de los hechos que conducirán, indirectamente, al estallido de la guerra ávara.
Tasilon III, que no responderá a las demandas de Carlomagno, prepara una guerra dando entrada en ella a sus vecinos los ávaros, que ven una estupenda oportunidad de ganar botín y recuperar los territorios que le habían sido arrebatados por el bávaro, y a los más alejados pero siempre relevantes bizantinos.
Por desgracia para Tasilon, su pueblo no está para aventuras y esa falta de apoyo conduce al año siguiente a que Carlomagno pueda ocupar militarmente el país y detener al considerado traidor. Para entonces, y pese a que el duque ahora en presencia del rey franco lo niega, sus aliados del este dan comienzo a sus ataques.
Efectivamente las incursiones ávaras comenzaron con fuerza y se demostró entonces la connivencia de los bávaros, que no se interpusieron a su paso con la debida resolución.
En Italia, que también fue atacada, la caballería ávara llegó sin oposición hasta Verona ganando un importante botín, aunque en Baviera, pese a las facilidades que encontraron, fueron detenidos por los francos y empujados hacia el Danubio en donde fueron casi aniquilados.
Es el emperador Mauricio un perfecto conocedor del tipo de enemigo al que se enfrenta, y buena prueba de ello es esta descripción del metodo de lucha de los nómadas que aparece en su obra Strategikon, conservada hasta nuestros días.
Tratando con los Escitas. Es decir, ávaros, turcos y otros cuyo estilo de vida se parece al de los pueblos hunos.
Las naciones escitas son una en lo que refiere a su forma de vida y a su organización, la cual es primitiva e incluye a muchos pueblos. De estos pueblos, solo los turcos y los ávaros se interesan por la organización militar y esto los convierte en más fuertes que las otras naciones escitas al llegar a las batallas francas. La nación de los turcos es muy numerosa e independiente. No son versátiles ni habilidosos en la mayoría de los trabajos humanos ni siquiera se han entrenado parana que no sea comportarse bravamente en contra de sus enemigos. Los ávaros, por su parte, son pícaros, taimados y muy experimentados en las cuestiones militares.
Están armados con mallas, espadas, arcos y lanzas. En combate, la mayoría de ellos ataca doblemente armada; lanzas arrojadas sobre sus hombros y sosteniendo arcos en sus manos, hacen uso de ambos según lo requieran las necesidades. No solamente ellos usan armaduras sino que los caballos de sus hombres importantes cubren su frente con hierro o fieltro. Prestan especial atención al entrenamiento del tiro con arco montados.
Una gran manada de caballos y yeguas les siguen, tanto para proveerles alimento como para dar la impresión de un gran ejército. No acampan entre trincheras como hacen los persas y romanos y hasta el día de la batalla se distribuyen según sus tribus y clanes, haciendo pastar continuamente a sus caballos tanto en verano como en invierno. Toman entonces a los caballos que consideran necesarios, atándolos cerca de sus tiendas, manteniéndolos allí hasta que es tiempo de formarlos en línea de batalla, acto que realizan al amparo de la noche. Estacionan sus centinelas a cierta distancia, manteniéndose en contacto uno con otro, de modo tal que no es posible tomarlos por un ataque sorpresa.
En combate no hacen como hacen los romanos y los persas, de formar su línea de batalla en tres partes, sino que los hacen en varias unidades de número irregular, todos formados muy juntos para dar la apariencia de una larga línea de batalla. Separada de la formación principal, tienen una fuerza adicional a la que pueden enviar para emboscar a un enemigo descuidado o mantener en reserva para ayudar a alguna sección que esté soportando mucha presión.
Prefieren las batallas de largo aliento, las emboscadas, rodear a sus adversarios, simulando retiradas y retornos repentinos y formaciones en forma de cuña, esto es en grupos dispersos. Cuando hacen huir a sus enemigos, dejan todo a un lado y no se conforman, como los persas, los romanos y otros pueblos, con perseguirlos hasta una distancia razonable, saqueando sus pertenencias, sino que no los dejan hasta haber obtenido la completa destrucción de los mismos".
Dicho esto, hay que reconocer que han pasado ya dos siglos desde que el bizantino hizo este cuidadoso retrato de su enemigo. Ahora, al menos, varias cosas han cambiado. Primero hacen uso de las posiciones estáticas de defensa con las que cubren las principales vías de acceso a sus territorios. Segundo, su fuerza militar ha decaído muchísimo. Su cohesión política se tambalea y con ello su capacidad de defensa o ataque. Son solo un poder regional absolutamente incapaz de enfrentarse con éxito a un ataque continuado por parte de sus dos rivales mas temibles, bien los francos con los que lindan en occidente, o bien los búlgaros, a los que solo por el momento mantienen a raya en la frontera carpática.
CARLOMAGNO EN GUERRA CON ÁVARIA
La desaparición de Baviera como estado independiente y su suplantación por el poderoso estado franco vino a trastocar severamente la sensación de seguridad que hasta entonces habían sentido los ávaros. Si los bávaros habían sido unos vecinos relativamente débiles, el reino de Carlomagno era todo lo contrario. No había tiempo que perder, por lo que el Kan trató de llegar a un acuerdo con el monarca occidental.
Carlomagno sabía que su posición era mucho más sólida que la de su adversario y por ello demandó del ávaro un cambio en las demarcaciones fronterizas. El Kan debería ceder terreno y hacer retroceder la frontera.
Las negociaciones se prolongaron cerca de un año. En realidad el ávaro no tenía la intención de acceder a las demandas del franco, no estaba dispuesto a que los germanos se acercasen todavía más a la llanura panonia, centro neurálgico del estado ávaro. Mientras los ejércitos ávaros se reunían junto a la frontera del Enns (foto)
haciendo tan solo una demostración de fuerza, Carlomagno preparaba secretamente una guerra de gran envergadura.
El año 791 dieron comienzo las hostilidades, guerra que permaneció inactiva hasta que el propio emperador franco, en septiembre, pudo reunirse por fin con su ejército.
El plan franco, realmente sofisticado para la época, consistía en la utilización conjunta de varios cuerpos de ejército que avanzarían sobre la frontera ávara simultáneamente, desde distintas direcciones con la intención de desbordar sus defensas estáticas. Hacía ya mucho tiempo que los ávaros habían confiado la protección de sus territorios fronterizos a una serie de fortalezas estratégicamente situadas, denominadas rings, que cerraban el paso a la llanura panonia.
Si un ejército lento y pesado como el franco quería llegar hasta el centro del territorio ávaro debía proteger sus líneas de comunicaciones, por ello se hacía imprescindible tomar y destruir todas aquellas posiciones fortificadas.
El primer éxito llegó desde el frente italiano. Allí, en la frontera de Friul, la fortificación ávara que protegía aquella ruta de acceso fue tomada al asalto.
En el norte, el avance franco, formado por dos columnas de ataque, una a cada lado del Rhin, apoyadas ambas por una flotilla fluvial, avanzó incontenible abatiendo una tras otra todas las posiciones enemigas que encontraron por el camino. Las fuerzas ávaroeslavas fueron empujadas irremisiblemente hacía el interior de su territorio.
El Kan, que no deseaba enfrentarse todavía con los ejércitos del emperador en campo abierto, optó por una estrategia de tierra quemada. Dado lo avanzado de la estación, el plan era bien fácil que surtiese efecto y así, al menos, ganar un tiempo del que estaba en esos momentos realmente necesitado.
Para los francos, que habían comenzado con buen pie la ofensiva, supuso un completo revés la actitud del Kan de no presentar batalla.
Avanzando por regiones que habían sido previamente devastadas por los ávaros, las fuerzas de Carlomagno se vieron pronto sometidas a una severa carestía.
A mediados de octubre las pérdidas resultaban tan gravosas en hombres (enfermedades) y bestias (falta de forraje) que resultó del todo inevitable la suspensión de las hostilidades, emprendiendo luego una rápida retirada sobre territorio imperial.
Para Carlomagno, este fracaso estratégico en la campaña del 791 lo único a lo que le condujo es a un mayor compromiso en la guerra en curso, de la que no estaba dispuesto a desistir. Ahora volvería a empezar desde cero, en vista de los errores logísticos cometidos durante las operaciones. Había que planificar una nueva invasión, y esta vez nada debía salir mal.
Dos años invirtió el emperador en la tarea de preparar a sus ejércitos para la lucha. Desde Baviera dirigió metódicamente un nuevo plan de ataque, operación para la que debían proyectarse una serie de infraestructuras, nuevas rutas de comunicación y depósitos, que permitirían a los ejércitos carolingios penetrar en profundidad en territorio ávaro sin miedo a quedar desabastecidos, tal y como parece había ocurrido en la campaña precedente.
LOS RINGS ÁVAROS
Acerca los llamados rings ávaros, disponemos de una magnífica descripción del mayor de ellos:
Libro II de los Monjes (fragmentos)
Concerniente a las Guerras y las Proezas Militares de Carlos
"El país de los Hunos", decía, "estaba rodeado por nueve anillos ". Yo no podía pensar en ningún anillo excepto nuestros ordinarios anillos de mimbre para rediles; y entonces pregunté: "¿qué, en nombre de lo maravilloso, quiere usted decir, señor?" "Bien", dijo él, "fue fortificado con nueve setos". Yo no podía pensar en ningún seto excepto aquellos que protegen nuestros trigales, de modo que otra vez pregunté y él contestó: "Uno de los anillos era tan amplio, es decir, contenía tanto dentro de él, como todo el país entre Tours y Constanza. Estaba formado por troncos de roble y ceniza y tejo y tenía veinte pies de ancho y lo mismo de altura. Todo el espacio interior estaba lleno de piedras duras y arcilla astringente; y la superficie de estos grandes terraplenes fue cubierta por césped y hierba. Dentro de los límites de los anillos fueron plantados arbustos de tal clase que, aún cuando podados e inclinados, todavía brotaban ramitas y hojas. Entre estos terraplenes estaban dispuestas las aldeas y las casas de modo tal que la voz de un hombre podía alcanzar de una a otra.
Y enfrente de las casas, a intervalos en aquellos invencibles muros, fueron construidas puertas de no gran tamaño; y por estas puertas los habitantes lejanos y cercanos salían en expediciones merodeadoras. El segundo anillo se parecía al primero y distaba veinte millas Teutónicas (o cuarenta italianas) del tercer anillo; y así hasta el noveno: aunque por supuesto, los sucesivos anillos eran cada uno mucho más estrecho que el precedente. Pero en todos los círculos las propiedades y las casas estaban en todas partes dispuestas de modo tal que que el repique de la trompeta llevaba las noticias de cualquier acontecimiento de una a otra".
Durante doscientos y más años los Hunos habían barrido la riqueza de los estados occidentales dentro de estas fortificaciones, y como los Godos y los Vándalos perturbaban al mismo tiempo el reposo del mundo, el mundo occidental fue convertido casi en un desierto. Pero el muy invencible Carlos los sometió de modo tal en ocho años que apenas permitió que permaneciera cualquier rastro de ellos. Retiró su mano de los Búlgaros, porque después de la destrucción de los Hunos, no pareció probable que pudieran hacer daño alguno al reino de los Francos. Todo el botín de los Hunos, que él encontró en Pannonia, lo dividió muy liberalmente entre los obispados y los monasterios.
LA OFENSIVA FINAL
Dentro del gigantesco plan operacional había algunos proyectos que podían resultar demasiado ambiciosos hasta para el propio emperador. Surgió la idea de comunicar el Rhin con el Danubio mediante la construcción de un largo canal. Esta obra habría permitido una conexión directa, fluvial, entre el valle del Rhin y el alejado frente danubiano de Panonia, una nueva ruta de comunicación que garantizaría un flujo continuado de abastecimientos a las tropas en campaña.
Sin embargo, la faraónica obra, comenzada a finales del 793, terminó deshecha y abandonada al ser anegada por barro y el agua durante la época de las lluvias. Las noticias de revueltas en Sajonia terminaron por hacer ceder al emperador. Se abandonaría por el momento el proyectado ataque sobre Ávaria.
Durante este intervalo, los ávaros, entre los cuales la acertada estrategia del Kan no había sido unánimemente aceptada, se dieron a la división. La crisis comenzó cuando el jefe tribal llamado Tudun, enfrentado al Kan, optó por abandonarle y pasarse a los francos. Era el año 795 y en realidad era solamente una pequeña muestra de lo que estaba por venir. Al año siguiente el Kan caía asesinado por sus enemigos domésticos, poco después la Confederación Ávara se deshacía fragmentada en diversos grupos tribales.
Aprovechando el caos en el que se encontraba el territorio vecino, en el 796 el Duque de Friul se atrevió a invadir el país con una reducida fuerza de choque. Y era tal el desconcierto que se vivía en tierras de Ávaria, que el invasor pudo cruzar una extensa región sin oposición hasta llegar al gran ring, que ejercía como capital de Ávaria, conquistarlo y saquear buena parte de las inmensas riquezas guardadas en él desde los tiempos en que el gran Bayan comenzó sus guerras contra Bizancio.
Era la señal más clara de la decadencia y fin de los ávaros. Al año siguiente, en el 797, Pipino, deslumbrado por el botín conseguido por el Duque de Friul, invadió de nuevo Ávaria al frente de un gran ejército.
El Kan ávaro, al menos de entre los ávaros el más poderoso y que podía reunir mayores fuerzas (por aquel entonces serian varios los autoproclamados Kanes) se presentó ante Pipino con intención de prestar su sumisión al cristiano, sin embargo la suerte estaba echada. El objetivo eran las riquezas que todavía se encontraban en la capital ávara. El ring fue otra vez asaltado y en esta ocasión metódicamente saqueado.
La sumisión de los ávaros era ahora completa, al menos en todo el territorio hasta el Danubio, que fue anexionado al imperio. Fueron inmediatamente enviados un buen número de colonos, población que tuvo que convivir con los ávaros locales que bajo su Kan Tudun pudieron mantenerse en el país a cambio de su completa sumisión.
En cuanto las llanuras situadas al otro lado del río, fueron abandonadas a los grupos ávaros más recalcitrantes, que debieron sin embargo sufrir por su parte el ataque de los ejércitos búlgaros de su rey Krum (a partir del 811) que en rápidas campañas de conquista se anexionó a su vez todo el territorio que se extendía desde las cumbres de los Cárpatos hasta el río Tizsa.
Concluía así la desmembración de Ávaria entre sus dos poderosos vecinos, aunque todavía quedaba muy lejos una definitiva claudicación de sus habitantes, acostumbrados a una perenne libertad.
En el año 799 dan comienzo una serie de desórdenes. Las revueltas, de manos de ávaros y eslavos y fomentadas algunas de ellas por los bizantinos, se extienden en toda la amplia zona que se extiende entre las estribaciones de los Alpes y el río Tizsa.
Varios líderes francos, entre los cuales se encontraban el Duque de Friul o dos de los limitis custodes de la frontera ávara, caen en los combates.
Las características de la lucha, de baja intensidad y de una ferocidad sin límites, la convirtieron en una guerra de desgaste y destrucción que se propagó por todas las regiones recientemente conquistadas.
Todo acabo cuando el propio Carlomagno tomó cartas en el asunto y remitió al territorio varios ejércitos que con determinación y a sangre y fuego aniquilaron a la mayor parte de los rebeldes. La matanza fue de tal envergadura que una parte de aquel territorio fue denominada a partir de entonces como el Desierto de los Ávaros.
Sin embargo, las desdichas de los últimos ávaros no habían concluido ahí. Los establecidos al otro lado del Danubio, entre el Tizsa y el Danubio, en teoría a salvo de búlgaros y francos, fueron presa ahora de los eslavos. Y a tal grado de decaimiento habían llegado que el Kan de aquellas tribus prefirió adoptar el cristianismo y así, con aquella piel de cordero encima, cruzar el Danubio y prestar su sumisión a Carlomagno, todo ello antes que seguir soportando los ataques de sus vecinos eslavos. Carlomagno cedió a sus ruegos y les permitió instalarse en lo que luego se llamó la Terra Avarorum, una pequeña región del norte de Panonia en donde encontraron asilo, aunque no la paz, al abrigo de la autoridad franca (año 805).
Las postreras noticias que nos lega la Historia acerca de los ávaros nos hablan de sus enfrentamientos con los eslavos vecinos. Ahora la soberanía franca defiende sus derechos frente a las agresiones eslavas, una garantía de pervivencia que pese a todo no podrá evitar su desaparición como pueblo.
Las últimas menciones a los ávaros son de la década del 840, en que se sabe prestan vasallaje al emperador franco, luego el silencio.
Dos siglos después, quedará entre los eslavos rusos el dicho de desaparecidos como los ávaros, como sinónimo del final más completo y definitivo.
Fin del trabajo.
By Satrapa1
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